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Museo Histórico Sarmiento

Sarmiento a través de sus escritos

En sus trabajos literarios y las cartas que le enviaba a sus amigos y familiares, revelaba sus ideas, sus gustos e intereses

En sus trabajos literarios y las cartas que le enviaba a sus amigos y familiares, revelaba sus ideas, sus gustos e intereses

Domingo Faustino Sarmiento es uno de nuestros próceres. En los manuales escolares y los libros de Historia se reconocen sus aportes a la educación pública y al progreso científico y cultural del país. El ex Presidente argentino y gobernador de San Juan fue también un escritor prolífico y es considerado un gran prosista. Además, en escritos como Recuerdos de provincia y en las cartas que le envió a sus amigos y familiares reveló un costado más humano, sus pasiones, ideas políticas y sociales, sus impresiones, sus gustos e intereses. Estos materiales pueden consultarse en la biblioteca y el archivo del Museo Histórico Sarmiento.

En sus Obras completas, por ejemplo, reveló un encuentro con San Martín en 1846, en Francia. Sarmiento escuchó como el General San Martín recordaba a su padre: “He pasado con él momentos sublimes que quedaron siempre grabados en mi espíritu. Solos un día entero, tocándole con maña ciertas cuerdas, reminiscencias suscitadas a la ventura...Sus ojos pequeños y nublados ya por la vejez, se abrían por momentos, mostrándome aquellos ojos dominantes, luminosos de que hablan todos los que le conocieron”.

En una carta dirigida a su hermana Bienvenida, Sarmiento contó sus gustos por los dulces y los alimentos provenientes de San Juan:

“Grande impresión causaron aquí los rosarios de higos como les llamaron sartas de brevas. Si las hay buenas mándame. (...) Las aceitunas remojadas o aprensadas son siempre bienvenidas. 

Las conservas de membrillo tan rubias como vienen se las disputan mis amigos. (...) Dile a Procesa que me mande su receta de duraznos en aguardiente que eran buenos (...) Mándenme siempre que puedan conserva de membrillos. Las pasas de higo no tienen demanda (…) Mi salud está buena aunque con ataques a la garganta y supuración ya permanente de un oído, aunque no sordo. No tengo siempre aquella poderosa digestión de antes, y ahora que tengo pepinos no puedo siempre responder de ella. (...)”

En Recuerdos de provincia, escribió:

“He evocado mis reminiscencias, he resucitado, por decirlo así, la memoria de mis deudos que merecieron bien de la patria, subieron alto en la jerarquía de la Iglesia y honraron con sus trabajos las letras americanas".

En el libro no solo se refirió a la vida social y política de San Juan y del país, sino que también narró escenas de su vida. Entre otras anécdotas, contó sobre el cariño que le tenía a la criada de la familia:

“La Toribia, una zamba criada en la familia, la envidia del barrio, la comadre de todas las comadres de mi madre, la llave de la casa, el brazo derecho de su señora, el ayo que nos crió a todos (...) Murió joven (...) y su falta dejó un vacío que nadie ha llenado después”.

También describió con gran amor a su madre, doña Paula Albarracín:

“Por fortuna, téngola aquí a mi lado, y ella me instruye de cosas de otros tiempos, ignoradas por mí, olvidadas de todos. ¡A los setenta y seis años de edad, mi madre ha atravesado la cordillera de los Andes para despedirse de su hijo, antes de descender a la tumba! Esto sólo bastaría a dar una idea de la energía moral de su carácter (...) Mi madre en su avanzada edad conserva apenas rastros de una beldad severa y modesta. Su estatura elevada, sus formas acentuadas y huesosas, apareciendo muy marcados en su fisonomía los juanetes, señal de decisión y de energía, he aquí todo lo que de su exterior merece citarse, si no es su frente llena de desigualdades protuberantes, como es raro en su sexo. Sabía leer y escribir en su juventud, habiendo perdido por el desuso (...). Su inteligencia es poco cultivada (...) si bien tan clara, que en una clase de gramática que yo hacía a mis hermanas, ella de sólo escuchar, mientras por la noche encarmenaba su vellón de lana, resolvía todas las dificultades que a sus hijas dejaban paradas, dando las definiciones de nombres y verbos, los tiempos, y más tarde los accidentes de la oración, con una sagacidad y exactitud raras. Aparte de esto, su alma, su conciencia, estaban educadas con una elevación que la más alta ciencia no podría por sí sola producir jamás”.